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lunes, 4 de julio de 2011

LA MAR




La mar,
que no habla con la policía,
leal al prófugo de la vida.

La mar,
aburrida de su inmensidad
golpea tobillos magullados
por las dentelladas de la razón.

Tuve un deseo,
morir en un esquina del océano
sumergido en un lecho de olas
sin más lápida que un baño perpetuo de sal,
un ataúd de plañideras caracolas.

La mar,
que no habla con la policía,
esconde los cadáveres en su regazo
como una madre, llena de espanto.

Tuve un deseo,
abandonar la patera de los sueños
a la deriva, junto a los arrecifes
que cocinan sangre con jirones
de huesos, amor y carne.

La mar,
su novela siempre inacabada,
prefiere jugar con las mariposas
que huyen, trémulas, del asfalto.

Tuve un deseo,
derribar la tapia de este país,
perpetuo convento peninsular,
sepulturero de héroes, ladrón de corazones buenos,
criador de asnos, usurero de la historia.

La mar,
guardias se ausentan del castillo de arena,
la marea anega el foso de la esperanza,
quedo anónimo, desnudo en tierra.

Tuve un deseo,
que la vida no fuera único consuelo
y la muerte un insufrible duelo,
escapar de este siniestro corredor
con la mochila cargada de huellas.

La mar,
da la espalda a los hombres
que navegan a favor del viento
sin mirar las esquelas que dejan atrás.

Tuve un deseo,
no morir para suicidarme de aburrimiento,
dejar las cosas como están, rotas,
malheridas por la avaricia de los codiciosos,
pedir paz para los muertos, guerra para los vivos.

La mar,
beso estéril que me arrebató la ola
de los recuerdos, beso que no regresará nunca
a las tranquilas aguas del puerto.


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