La España que no cesa,
tierra baldía por los
muertos que nadie recuerda,
jauría de palabras
enfrentadas, unas a otras,
pendientes de saldar cuentas
con la historia,
que adeuda letras de oro a
este rostro mutilado
de tantos golpes recibidos
por su absurda gloria.
La España que no cesa,
de agua bendita, sus raídos
mechones se peina,
fervor malsano que a sus
entrañas devora,
una cruz, una sotana, una
alforja repleta de fantasmas,
perdida en el laberinto de
una eterna gusanera,
carne malherida sanada con
ungüentos de bruja vieja.
La España que no cesa,
es un río de agrio gesto que
desaira a sus afluentes,
cantos rodados lamen sus
heridas a contracorriente,
bancos de peces que disputan
al agua la suerte
de ser primero en conquistar
a la mar rebelde,
nadie cede, nadie se detiene
y construye un puente.
La España que no cesa,
guarda en el desván los
sueños de su buena gente,
reluce, en la sala grande,
trofeos decadentes,
hubo hombres que lucharon
contra las desdichas de otros hombres,
esqueletos pisoteados por el
estruendo del orden,
ganan siempre los mismos,
siempre el mismo redoble.
La España que no cesa,
penumbra que a las almas
inquieta,
temerosas de los grilletes
que arrastran su pena
entre los ruidos de la
noche, la noche de la verde Luna;
ella juega, traviesa, con
las apasionadas calaveras
de aquellos que la
cortejaron con un ramo de rojas letras.
La España que no cesa
duerme desnuda y sola,
ninfómana amantis carnicera,
que llamarla patria,
malsonante suena a las estrellas,
que llamarla nación, recelos
invaden en cada acera,
que llamarla estado, surgen
nuevos rumores de fratricida pelea,
que llamarla país, recia y
henchida pide paso la bandera.
La España que no cesa,
reclama a gritos que alguien
borre las fronteras,
que los mapas se destruyan,
se abrasen, en la hoguera,
no quede más que caminos
despejados de tantas aldeas,
sendas abiertas para la
humanidad entera,
donde no haya más dueño de
la tierra que la propia tierra.
La España que no cesa...