Nunca
seré un indigente político.
Vestir
ideas harapientas.
Comer
ilusiones funestas.
No
quiero pedir esperanza como limosna.
Ni
dormir a la intemperie del desencanto.
Ni
escuchar: a ese le conocí como ser humano
Y
ahora es un pordiosero sin encanto.
Quiero
vestirme por los pies con
El
traje ciudadano que me
Dieron
mis padres.
No
con los harapos sumisos que me
Entregan
entre banco y banco.
Dejadme
que lo escriba diáfano:
Clamo
por la política
Y
no me avergüenzo.
Se
come con la derecha
O
con la izquierda,
Pero
nunca con las dos manos
En
la espalda, ni tampoco de canto.
Y
no me digas que ni sientes
Ni
la diestra, ni la siniestra
Que
eres perro de hortelano.
Dejadme
que lo diga claro:
Clamo
por la política
Y
no me avergüenzo.
Me
da igual si es en la calle,
En
la plaza pública, en las redes sociales
En
el bar de siempre, en la mesa familiar,
En
la oficina, en el autobús, en la puta esquina,
En
el parlamento o en el ayuntamiento.
Si
escupes a la cosa pública por despecho
Encontrarás
mi mano para limpiar tu desprecio.
Sí,
ciudadanos, aquí estoy jodido, pero de pie.
Enterrando
cada día los callos de mi desengaño.
Diciendo
a los que me quieran escuchar:
Pueden
convertirme en un pobre de solemnidad,
Pero
nunca en un indigente político. Nunca.
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