Su estela sorprendió a transeúntes que deambulaban en el andén, entre bostezos aburridos.
Sobresaltado, me desperté con mi mente lloriqueando su
marcha, le divisé, cerca de las escaleras, le grité que se
detuviera,
pero desobedeció, el muy condenado.
Perdí el vagón de las seis y cuarto, corrí hacia las
escaleras mecánicas, esquivé cuerpos encogidos, grité de nuevo a mi sueño huido, alguien se molestó, fui zarandeado.
Salté de dos en dos los peldaños. Tropecé con un mendigo
y le lastimé la mano. No se quejó. Estaba dormido.
Ni siquiera respiraba. Mis ojos desorbitados escrutaban
un horizonte viciado por una marabunta de ruidos.
Le hallé recostado en una esquina, almas indiferentes le
echaban
monedas. El sueño, con voz trémula, me llamaba
sin alzar la
mirada. Su escapada, allí, en ese rincón, había acabado.
Me acerqué, con pasos decididos, era éste mi mundo, no el
suyo,
le tendí los brazos y mi sueño se acercó temeroso, solo,
de nuevo en el redil, con ese suspiro resignado.
Pude llegar puntual al trabajo.
Perdoné la travesura de mi sueño. Era joven.
¿Y quien no tiene curiosidad a esa edad?
Tuve que bajar la vista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario