No hay brisa
que acaricie
el árbol mustio
de
hojas
melancólicas,
queda la tierra
virgen anegada
de raíces
muertas
de pájaros
ciegos,
tronco pútrido
que reverbera
desesperanza
en cada
corteza.
No hay brisa
que acaricie
el árbol mustio
de
hojas
melancólicas,
la savia
cuajada de dolor,
ramas
quebradizas,
siempre,
que están a
punto de llorar,
siempre,
sólo permanece
el nido vacío,
silencio
pétreo,
ni un murmullo,
nada.
No hay brisa
que acaricie
el árbol mustio
de
hojas
melancólicas,
agua que no la
riega,
no puede calmar
la sed
que atormenta
su tallo,
que reseca su
fruto
derrotado,
sólo queda
prendido en el aire
el sabor agrio
de un beso
irrealizable.
No hay brisa
que acaricie
el árbol mustio
de
hojas
melancólicas,
tu nombre y el
mío
escrito con la
navaja
infantil
que ya ha sido
devorada
por nuestros
sueños,
el corazón de
pulso tembloroso,
iniciales
desmembradas
por el tiempo
que no conoce
de palabras
susurradas al
alma,
al alba y al
ocaso
y
a esas
condenadas vueltas
terrenales.
Sólo queda
esperar,
cobijado,
atrapado por la
sombra
del árbol
mustio
de
hojas
melancólicas.