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domingo, 14 de octubre de 2012

ÁRBOL MUSTIO DE HOJAS MELANCÓLICAS





No hay brisa que acaricie
el árbol mustio
de
hojas melancólicas,
queda la tierra virgen anegada
de raíces muertas
de pájaros ciegos,
tronco pútrido
que reverbera desesperanza
en cada corteza.


No hay brisa que acaricie
el árbol mustio
de
hojas melancólicas,
la savia cuajada de dolor,
ramas quebradizas,
siempre,
que están a punto de llorar,
siempre,
sólo permanece el nido vacío,
silencio pétreo,
ni un murmullo,
nada.


No hay brisa que acaricie
el árbol mustio
de
hojas melancólicas,
agua que no la riega,
no puede calmar la sed
que atormenta su tallo,
que reseca su fruto
derrotado,
sólo queda prendido en el aire
el sabor agrio de un beso
irrealizable.


No hay brisa que acaricie
el árbol mustio
de
hojas melancólicas,
tu nombre y el mío
escrito con la navaja
infantil
que ya ha sido devorada
por nuestros sueños,
el corazón de pulso tembloroso,
iniciales desmembradas
por el tiempo
que no conoce de palabras
susurradas al alma,
al alba y al ocaso
y
a esas condenadas vueltas
terrenales.


Sólo queda esperar,
cobijado,
atrapado por la sombra
del árbol mustio
de
hojas melancólicas.


viernes, 5 de octubre de 2012

LA HUIDA DE UN SUEÑO JOVEN (1993)


Un sueño escapó de las tinieblas de mi cerebro mientras dormitaba en un banco del metro. 

Su estela sorprendió a transeúntes que deambulaban en el andén, entre bostezos aburridos.

Sobresaltado, me desperté con mi mente lloriqueando su marcha, le divisé, cerca de las escaleras, le grité que se detuviera,
pero desobedeció, el muy condenado.

Perdí el vagón de las seis y cuarto, corrí hacia las escaleras mecánicas, esquivé cuerpos encogidos, grité de nuevo a mi sueño huido, alguien se molestó, fui zarandeado.

Salté de dos en dos los peldaños. Tropecé con un mendigo
y le lastimé la mano. No se quejó. Estaba dormido.
Ni siquiera respiraba. Mis ojos desorbitados escrutaban
un horizonte viciado por una marabunta de ruidos.

Le hallé recostado en una esquina, almas indiferentes le echaban
monedas. El sueño, con voz trémula, me llamaba 
sin alzar la mirada. Su escapada, allí, en ese rincón, había acabado.

Me acerqué, con pasos decididos, era éste mi mundo, no el suyo,
le tendí los brazos y mi sueño se acercó temeroso, solo,
de nuevo en el redil, con ese suspiro resignado.

Pude llegar puntual al trabajo.
Perdoné la travesura de mi sueño. Era joven.

¿Y quien no tiene curiosidad a esa edad?

Tuve que bajar la vista.